Cuestión previa. No creo que a estas alturas nadie dude que en Democracia es fundamental que los partidos o movimientos aspiren a obtener la confianza mayoritaria de la gente para gobernar y, desde el Gobierno, cambiar las cosas.
Si eso es así a nadie llama la atención la aspiración, al menos en teoría, a ganar las elecciones que tienen los partidos. Todos se presentan a las elecciones –sean del nivel que sean- con un candidato o candidata principal, una candidatura y un programa o proyecto que dice lo que quieren o queremos hacer.
Y aquí viene lo sorprendente. Hay programas y proyectos que con una simple lectura rápida te dejan p´allá. Más que programas de gobierno, parecen una carta a los reyes magos, llena de ideas irrealizables por el dinero que requieren para ponerlas en marcha (dinero que no se pinta sino que sale de los bolsillos de la gente vía impuestos).
Al margen de ello existen hoy partidos y movimientos que estoy seguro, en el fondo, no quieren gobernar. Y ello por un motivo: cuando uno asume el Gobierno de un ámbito tienes que cumplir el programa que respaldaron los ciudadanos. Gobernar supone tomar decisiones. No puedes ponerte de lado, dejando que los problemas que afectan a la gente que representas sigan su curso natural como si nada tuvieran que ver contigo. Y decidir supone optar por un camino o por una respuesta en detrimento de otra y…¡claro! En ese momento, en el que empiezas a decidir y tomar decisiones, comienzas a decepcionar a algunas personas que creen que el camino correcto no era ése, sino otro.
Gobernar es, si me permitís la expresión, una lucha permanente contra la decepción. Por eso no todo el mundo está dispuesto a quemarse las pestañas gobernando. Es más cómodo criticarlo todo desde la distancia.
Como receta para el futuro os planteo algo: analizar de forma crítica las ideas que plantean partidos y movimientos. Separar la paja del trigo. Algunas personas podrán, incluso, prometeros colonizar la luna dentro de un año pero… ¿a qué lo veríamos como una tomadura de pelo?
Pues eso.
*artículo publicado en La Cuenca del Nalón