Creo recordar que en este blog ya comenté en varias ocasiones que me gusta el cine. Casi diría que me gustan todo tipo de películas. Pero hay algunas -es lógico- que me dejan huella. Que me marcan. Que no me dejan indiferente... Este fin de semana he vuelto al cine y he tenido la oportunidad de ver dos películas que, sencillamente -y en mi opinión- merece la pena ver.
La primera, Lincoln. Narra una parte de la historia de los Estados Unidos turbulenta, en el marco de la conocida como guerra de secesión (el Sur contra el Norte, que dirían algunos). Narra, claro está, una parte de la vida del Presidente Abraham Lincoln. La enmarcada en ese difícil período de guerra civil pero también en algo histórico: la lucha contra la esclavitud. Y en concreto, merece la pena la película para ver la maquinaria política americana en plena acción, en el marco del debate de la aprobación de la decimotercera enmienda constitucional. Quién conozca poco la historia americana y se centre más en el presente se sorprenderá al ver que los Demócratas, a los que hoy vemos como garantes de los derechos sociales de las minorías, eran quiénes más furibundamente se oponían al fin de la esclavitud... También llamará la atención, estoy seguro, los equilibrios que tuvo que hacer el propio Presidente para que su partido, el Republicano, avalara de forma unánime, con su voto, dicha enmienda. Y todo hay que decirlo, vemos como el Presidente y sus colaboradores utilizan todo tipo de estrategias para conseguir su objetivo (algunas no muy puras que digamos). Aquí volveríamos a aquello de: ¿el fin justifica los medios?
La segunda, ARGO. Se centra en un acontecimiento también real, como fue la ocupación de la embajada de Estados Unidos en Teherán el 4 de noviembre de 1979. Irán había vivido un cambio revolucionario. De una monarquía corrupta y decrépita había pasado a ser una república islámica donde el poder supremo lo asumió un gran ayatolá. Ahora bien, la película no se centra en ese hecho histórico, sino en una línea colateral. Seis trabajadores de la embajada americana pudieron huir ese 4 de noviembre y permanecieron muchos días refugiados en la casa del embajador de Canadá. La película cuenta el rescate de esas seis personas, dramatizado hasta el extremo de que casi me llego a comer mis propios dedos... Varias reflexiones al respecto. Uno, el peligro de los fanatismos religiosos. La imagen de hombres ahorcados en grúas podrían parecernos imágenes de aquellos tiempos. Sin embargo y por desgracia, aún hoy siguen existiendo. Dos, la salvación de personas gracias a la disposición a sacrificarse de otras (no sólo el embajador y su esposa, sino también trabajadores de la propia embajada de Canadá). Tres y muy importante, para evitar mayores complicaciones al resto de rehenes, el mensaje oficial fue que la salida de esos rehenes había sido gracias al Gobierno de Canadá, quedando el de Estados Unidos totalmente al margen. Pues bien, ahí me gustaría destacar algo. Carter, entonces Presidente, tuvo en la crisis de Teherán uno de sus principales puntos débiles, favoreciendo la rotunda victoria electoral de Reagen. Si hubiera dicho la verdad -sólo eso, la verdad- de la participación americana en el rescate, eso le habría fortalecido electoralmente. Pero claro, evitó con ello un mal mayor: poner en riesgo la vida del resto de rehenes americanos. Carter hizo lo que tenía que hacer aunque, seguramente, ello le costó la Presidencia...
Dos películas, dos, que no son una historia de película sino películas basadas en la historia... Y que sin duda, os recomiendo ver.
25.2.13
21.2.13
reivindicando la comunidad
Vivimos en un mundo en el que se habla mucho del "yo" y muy poco del "nosotros". Los avances de las últimas décadas nos han llevado, sin embargo, a un retroceso sin precedentes: la pérdida del espíritu de lo común, del ser grupo, del ser nosotros y nosotras... Hemos dado tantas alas al indivualismo que lo colectivo se ha quedado arrinconado, en una esquina de la historia, sin posibilidad a emerger. Lo individual prima sobre lo colectivo. Nos preocupa única y exclusivamente lo que nos pase a cada uno de nosotros -y todo lo más, lo que les pase a los más cercanos a cada uno de nosotros-. Hemos perdido la capacidad de ver más allá de nuestro propio dolor y sentir también dolor por nuestros semejantes. Hemos perdido, en fin, los rasgos más característicos del ser humano: nuestra propia humanidad.
Ya sé que algunos dirán o diréis que esa es mi visión de las cosas o que se trata de un pensamiento subjetivo. Puede ser. Por desgracia yo, que no soy nada pesimista -y que he luchado siempre contra aquellas personas que sólo saben hacer reivindicación de lo negativo, sin una aportación positiva- creo que no puedo negar la realidad de las cosas que veo y vivo. Que vemos y vivimos cada uno de nosotros.
Nuestra sociedad está enferma. Y su enfermedad se llama individualismo. Y detectada la enfermedad, localizada ésta, es el momento de actuar, de tratar de ponerle cura. De buscar el remedio.
Y para darle un remedio a esta enfermedad sólo tenemos un camino: reivindicar el espíritu comunitario. Reivindicar el "ser comunidad". Es decir, no ser una agrupación de individuos sin más sino reconocer que, por debajo de todo ello, fluye algo común: nuestra humanidad. Hoy hago así una reivindicación del bien común, del humanismo, del compartir el dolor de los demás. Y para ello, el mejor instrumento que tenemos es ser apostoles de este cambio en nuestras propias vidas... Este planteamiento, esta vuelta al espíritu comunitario, esta lucha contra el individualismo, no da popularidad. De ello estoy seguro. Pero no dando popularidad, es la única manera de dar futuro. De dar futuro a una sociedad que o se encuentra así misma, o reivindica lo común, o acabará disolviéndose por el egoismo de los intereses estrictamente personales.
Así lo veo. Y sé, estoy seguro, que así lo vemos muchos. Es necesario dejar de lado tanta preocupación indivual, tanto "¿qué hay de lo mío?" y empezar a pensar, de nuevo, en: ¿qué hay de lo de todos?
Ya sé que algunos dirán o diréis que esa es mi visión de las cosas o que se trata de un pensamiento subjetivo. Puede ser. Por desgracia yo, que no soy nada pesimista -y que he luchado siempre contra aquellas personas que sólo saben hacer reivindicación de lo negativo, sin una aportación positiva- creo que no puedo negar la realidad de las cosas que veo y vivo. Que vemos y vivimos cada uno de nosotros.
Nuestra sociedad está enferma. Y su enfermedad se llama individualismo. Y detectada la enfermedad, localizada ésta, es el momento de actuar, de tratar de ponerle cura. De buscar el remedio.
Y para darle un remedio a esta enfermedad sólo tenemos un camino: reivindicar el espíritu comunitario. Reivindicar el "ser comunidad". Es decir, no ser una agrupación de individuos sin más sino reconocer que, por debajo de todo ello, fluye algo común: nuestra humanidad. Hoy hago así una reivindicación del bien común, del humanismo, del compartir el dolor de los demás. Y para ello, el mejor instrumento que tenemos es ser apostoles de este cambio en nuestras propias vidas... Este planteamiento, esta vuelta al espíritu comunitario, esta lucha contra el individualismo, no da popularidad. De ello estoy seguro. Pero no dando popularidad, es la única manera de dar futuro. De dar futuro a una sociedad que o se encuentra así misma, o reivindica lo común, o acabará disolviéndose por el egoismo de los intereses estrictamente personales.
Así lo veo. Y sé, estoy seguro, que así lo vemos muchos. Es necesario dejar de lado tanta preocupación indivual, tanto "¿qué hay de lo mío?" y empezar a pensar, de nuevo, en: ¿qué hay de lo de todos?
13.2.13
¿podemos ser insensibles al dolor humano?
Vivimos, es cierto, en el siglo de la comunicación. Comunicación masiva que no significa, siempre, mejor calidad de información, aunque es cierto que nos permite una mayor libertad para buscarla. Cada día, nos encontramos con cientos de informaciones que, en ocasiones, hacen que perdamos de vista la realidad de las cosas. Que perdamos de vista la verdad. Es cierto, hemos renunciado a la búsqueda de la verdad y hemos caído, de lleno, en la plenitud de lo relativo.
Pero esto no puede ser así. Hay elementos que necesariamente nos hacen ser personas, ser seres humanos. Y uno de ellos es, sin duda, ser capaces de sentir el dolor de nuestros semejantes. Si perdemos esa capacidad, la capacidad de ponernos en el lugar de las otras personas, de sentir como ellas, de sufrir como ellas, entonces, habremos perdido toda nuestra humanidad.
Ayer martes tuvo lugar una tragedia que me conmovió y que se suma, por desgracia, a otras tragedias similares. Me refiero al suicidio de un matrimonio de ancianos que iban a ser desahuciados. Dos personas que seguramente habían luchado toda su vida para salir adelante y ante la amenaza judicial de un desahucio, consecuencia de la rapiña indecente de los bancos, ante esa perspectiva, optaron por el suicidio. Pienso en ellos y de verdad, no puedo evitar sentir que ellos no son para nosotros -no pueden ser- unos desconocidos, sino nuestros hermanos...
Sinceramente, no entiendo como se puede ser insensible al dolor humano. Como hemos llegado a ello. Como hemos renunciado a nuestra propia humanidad cegados por el poder, la acumulación de bienes, la riqueza, la afirmación del "yo" egoista y personal. Como hemos sido capaces de abandonar lo más importante que tenemos: el sentimiento de pertenecer a una comunidad.
Reflexionemos sobre ello. Llegarán cambios legislativos -espero- que den solución al drama de los desahucios pero... ¿llegarán esos mismos cambios en cada uno de nosotros, que nos permitan sentir y compartir el dolor de los demás?
Pero esto no puede ser así. Hay elementos que necesariamente nos hacen ser personas, ser seres humanos. Y uno de ellos es, sin duda, ser capaces de sentir el dolor de nuestros semejantes. Si perdemos esa capacidad, la capacidad de ponernos en el lugar de las otras personas, de sentir como ellas, de sufrir como ellas, entonces, habremos perdido toda nuestra humanidad.
Ayer martes tuvo lugar una tragedia que me conmovió y que se suma, por desgracia, a otras tragedias similares. Me refiero al suicidio de un matrimonio de ancianos que iban a ser desahuciados. Dos personas que seguramente habían luchado toda su vida para salir adelante y ante la amenaza judicial de un desahucio, consecuencia de la rapiña indecente de los bancos, ante esa perspectiva, optaron por el suicidio. Pienso en ellos y de verdad, no puedo evitar sentir que ellos no son para nosotros -no pueden ser- unos desconocidos, sino nuestros hermanos...
Sinceramente, no entiendo como se puede ser insensible al dolor humano. Como hemos llegado a ello. Como hemos renunciado a nuestra propia humanidad cegados por el poder, la acumulación de bienes, la riqueza, la afirmación del "yo" egoista y personal. Como hemos sido capaces de abandonar lo más importante que tenemos: el sentimiento de pertenecer a una comunidad.
Reflexionemos sobre ello. Llegarán cambios legislativos -espero- que den solución al drama de los desahucios pero... ¿llegarán esos mismos cambios en cada uno de nosotros, que nos permitan sentir y compartir el dolor de los demás?
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