Que la imagen de la Política -por culpa de los que somos políticos- es negativa, no es algo nuevo. Ya hace tiempo que vivimos bajo esa mancha que nos convierte, al conjunto de los que hacemos Política, en una especie de peligrosos sociales. En vez de distinguir entre lo bueno y lo malo, nos quedamos con el mensaje fácil: todos malos. Y condena general para todos.
Me obsesiona ese mensaje. Me obsesiona porque el discurso de la antipolítica -hace unos años era el discurso de lo apolítico- deteriora la Democracia, la hace débil. Si se me permite el excurso, el discurso de la antipolítica es la antesala del fascismo -o lo que es lo mismo, de la destrucción de la Democracia-.
El calumnia que algo queda se ha convertido, también, en referencia fundamental del debate político. Da igual que yo ponga mi última nómina encima de la mesa de 2.046,05 euros -no tengo ningún problema en facilitar copia de la misma a quién la quiera-, que los amantes de la rumorología se empeñan en decir ¡que cobro 5.000 euros! Da igual que enseñe mis cuentas bancarias sin ningún problema o que demuestre que vivo de alquiler y carezco de patrimonio, que los sabios de turno garantizan -juran y perjuran- que tengo, no una vivienda, ni dos, ¡sino tres! (¿para qué querré tantas, teniendo en cuenta que vivo yo sólo). Simples ejemplos que demuestran como el debate político carece de rigor, de sentido. Simples ejemplos que debieran enrojecer a quién contribuye a la calumnia.
De todas formas, la lucha no es en vano. Estoy convencido de que se puede -y se debe- devolver la credibilidad a la Política. Es necesario aunque sólo sea para garantizar la salud de la Democracia. Para garantizar el futuro de nuestra tierra.
Y mientras trabajamos en eso, en asegurar la Democracia, iniciamos las fiestas en honor de Nuestra Señora del Otero. Mañana, como desde hace muchos años, la Virgen del Otero descenderá desde su santuario hasta Pola de Laviana. Por cierto, la acogerá una Iglesia completamente restaurada en su interior, tras un trabajo que es digno de todos los elogios -y entre ellos, a Víctor Cedrón, el párroco de Pola e impulsor de la iniciativa-. Y quiero destacar que, por vez primera en muchos, muchos años, las fiestas serán organizadas por quién tiene que hacerlo: vecinos agrupados en una asociación. La anomalía de que el Ayuntamiento fuera quién organizara las fiestas de Pola de Laviana tenía que terminar y lo ha hecho este año. Pola de Laviana, con sus más de 9.000 habitantes, tiene entidad más que suficiente para que sus fiestas patronales nazcan del esfuerzo ciudadano. Los ayuntamientos, las instituciones, no están para organizar fiestas. Están para otras cosas muy distintas.
Así pues, felices fiestas a todos y todas. A los que vivís en Laviana. A los que vivís Laviana. A los que os reencontráis con vuestra familia y amigos. A los que regresáis a la tierra desde el exilio por todas las tierras.